El cuadro presenta la figura, llena de aflicción, de la Virgen. María se ha representado de busto, con las manos unidas frente al pecho en un expresivo gesto de dolor contenido. Viste un manto azul, de intensa tonalidad, que cubre completamente sus cabellos, así como hombros y brazos, como es propio de las vírgenes dolorosas. El rostro de María, ligeramente inclinado, presenta la mirada baja, en un gesto que transmite tanto su dolor por la muerte del Hijo como la aceptación de la pérdida e incluso la esperanza en la futura resurrección. La figura femenina se recorta con precisión, gracias a la efectista iluminación, mediante un foco de luz exterior a la composición, sobre un fondo neutro, de tonos terrosos, donde se ha eludido cualquier detalle paisajístico o arquitectónico que pudiera distraer al espectador de la contemplación de la figura sacra. Este tipo de figuraciones de María Dolorosa, de busto e independientemente de cualquier contexto narrativo como la Crucifixión o el Llanto sobre Cristo muerto, fueron habituales desde la edad media como imágenes devocionales. Fue habitual encontrar esta imagen, además, constituyendo un díptico o pareja con la “Verónica” de Cristo. La imagen traspasó las fronteras nacionales, llegando a la Nueva España, antiguo virreinato español que coincidía aproximadamente con el actual México, y Filipinas.