San Antonio de Padua con el niño pintado al oleo sobre tela. Obra de tema religioso con el santo como tema principal ocupando todo el espacio del escenario.

Se representa a San Antonio en una iconografía original, con el hábito de su orden Franciscana en color marrón con capuz, sin cordón que lo ciña a la cintura; rostro joven y imberbe, con gran rosario que pende del cuello;  niño sobre el hombro, no sobre los brazos, vestido con la capa en movimiento, con una mano bendiciendo y en la otra un corazón con estrella y cruz encima, paloma (Espíritu Santo) que se dirige hacia él. Fondo alegre en colores azulados con flores, matorrales y pájaros coloridos.

Se trata de una figura, con cierta curvatura, colocada en un escenario plano, con rasgos aniñados y convencionales, en un paisaje idealizado con flores de tono azul con pájaros típicos de la zona.

La escuela Cusqueña se caracteriza: por su originalidad y su gran valor artístico, como resultado de la confluencia de dos corrientes: la tradición artística occidental unida al afán de los  pintores indios y mestizos de expresar su realidad.

El uso de temas exclusivamente religiosos, la falta de perspectiva y el predominio de los colores rojo, amarillo y tierra.  Las obras de los pintores cuzqueños eran más libres que las de sus tutores europeos; usaron colores brillantes e imágenes distorsionadas y dramáticas.

A menudo adaptaron los temas para representar su flora y fauna nativas como telón de fondo en sus obras.

Esta escuela Cusqueña integraba una enorme cantidad de artesanos reunidos en diversos talleres, que se reconoce por el estilo barroco de sus pintura. La mayoría de las pinturas cuzqueñas fueron creadas de forma anónima debido a las tradiciones precolombinas que definen el arte como comunal. La designación «cuzqueña», sin embargo, no se limita a la ciudad del Cuzco o a los artistas indígenas, ya que los criollos también participaron en la tradición.